LA BATALLA DEL RÍO TALAS

Hoy hablaremos de una batalla prácticamente desconocida, pero que marcó el destino del mundo. Una lucha entre las dos grandes superpotencias del Siglo VIII, que decidió el control de las redes de comercio internacionales del mundo preindustrial.

 

Pero antes de entrar en materia, debemos conocer a los protagonistas. Quiénes fueron los dos contendientes.

El primero de ellos fue uno de los mayores imperios que haya existido nunca, el que conquistaron los árabes a la muerte de Mahoma. Dicho estado se denominó inicialmente Califato Omeya, o de Damasco, porque situó su capital en esta ciudad; y posteriormente Califato Abasí, o de Bagdad. Omeyas y Abasíes hace referencia a las familias árabes que rigieron este estado bajo el título de califas, y que crearon prolíficas dinastías. Ambas se legitimaban en que estaban emparentadas con el profeta.

El imperio Árabe se extendió desde Marruecos hasta Pakistán, en una sucesión que se relacionaba comercialmente con la totalidad del mundo civilizado de la época.

 


 

Se trataba de un estado nuevo, con una religión proselitista recién nacida, el Islam, que ocupó y conquistó el espacio de los antiguos imperios persa, de Kushan y parte del imperio Bizantino; es decir, buena parte del mundo urbanizado al oeste Himalaya. En próximos vídeos hablaremos de la importancia y significación de dicho imperio, pues era una fuerza emergente que determinó el destino del mundo.

 

Pero había un poder que les hacía sombra, una segunda superpotencia. Nos referimos a China, que florecía bajo de dinastía Tang. Se puede afirmar que este imperio era la civilización más poblada, más dinámica y la que poseía la tecnología más avanzada, aunque su posición apartada le privaba del control directo de las principales rutas de comercio. La frontera entre los Tang y el califato se situaba en el Asia Central, ya que los chinos habían conquistado nuevamente el estrecho corredor de la cuenca del río Tarim, y llegado hasta los bordes de Afganistán. Allí habían creado una red de protectorados, estados vasallos, y fuertes militares guarnecidos y bien protegidos.

 


 

 

Porque para los chinos este corredor terrestre era un asunto clave, vital.

La China histórica se veía geográficamente aislada del resto del mundo civilizado, al menos del mundo al oeste del Himalaya, hecho que dificultó sus contactos, préstamos e intercambios. Pero no los impidió.


Al sur, se encontraban las exuberantes selvas de Yunan, y también la formidable barrera del Himalaya. Al Norte imponentes desiertos como el del Gobi, y territorios fríos y agrestes esteparios y de Siberia. Todo esto dificultaba enormemente el paso de mercaderes y viajeros.

Pero había un corredor hábil, una serie de valles fluviales, que permitían el tránsito. Entre ellos la depresión de Turfán. A los pies de las montañas Bogda, que limitan con la actual Mongolia, y Más adelante se encontraba la cuenca del río Tarim, Actualmente en la República Popular China, al norte de Pakistan.

 


 

 

 Las redes de comercio terrestre debían pasar necesariamente por este valioso corredor, limitado al sur por las montañas del Himalaya, y al norte por el desierto y las estepas, y pronto surgió una cadena de fuertes militares, ciudades comerciales, puestos comerciales y caravasares, de una importancia geoestratégica ilimitada.

 Ya en época del Imperio Romano, que en China coincidió con una poderosa dinastía de emperadores, los Han; Los chinos se hicieron con el control de la zona bajo el liderazgo del general Bao Chao. Y habían alcanzado regiones tan occidentales como el actual Afganistan, establecido fuertes y protectorados en regiones a lo largo de todo este corredor. Aunque posteriormente perdieron estos enclaves, ahora en el Siglo VIII China se había reunificado y resplandecía, en esta ocasión bajo otra poderosa dinastía, los Tang, y volvieron a dirigir su atención hacia la zona.

            Y fue por el control de esta región estratégica que los chinos tropezaron con el naciente imperio árabe, o musulmán, que alcanzaba las fronteras de estos protectorados. Solo era cuestión de tiempo que ambas potencias terminaran por colisionar.

Los árabes ya venían presionando en la zona desde al menos el 717, pero los chinos contaban con la alianza de los karlukos, un pueblo de origen turco, con el que mantenían buenas relaciones y que pasaron a ser sus vasallos. Y con otros pueblos de la zona.

Pero la batalla decisiva tuvo lugar en el verano del año 751 d.C. a orillas del río Talas, en el territorio de lo que hoy en día es Kirguistán. 

Se desconoce el número de soldados que pudieron enfrentarse en el campo de batalla. Algunas fuentes hablan de más de tres cientos mil soldados entre ambos ejércitos, cifra es a todas luces es exagerada, y ante la que debemos estar prevenidos, pues en las crónicas de la época era normal aumentar el número de combatientes. Con toda certeza, lucharon muchos menos, aunque el tamaño de los imperios haga pensar en un choque masivo.

La batalla estaba bastante igualada, pero a última hora y por sorpresa, los mercenarios karlukos, dos tercios del ejército Tang, se pasó al bando de los abasíes y también se produjo la retirada de los aliados ferganos. Fue una traición en toda regla, que dejó a los chinos totalmente expuestos. Como resultado, se produjo una estrepitosa derrota para la dinastía Tang, y solo dos mil soldados chinos sobrevivieron a este combate, gracias a que sus comandantes Gao Xianzhi y Li Siye supieron retirarse en orden, infringiendo considerables pérdidas a los abásidas.

Sin embargo, este fracaso calamitoso no tendría por qué haber sido definitivo. China era una gran potencia, y comenzaba a preparar una respuesta adecuada. Reclutaron nuevas tropas, y regresaron a la carga. Apenas dos años después, el comandante chino Feng Changqing, reclutó un nuevo ejército, y virtualmente arrasó la región de Cachemira y capturó la ciudad de Gilgit.

Todo apuntaba a que se iniciaría un conflicto interminable entre ambos imperios, entre los dos colosos, que parecían destinados a sostener una guerra épica durante décadas, por una codiciada posición estratégica. El resultado hubiera sido una interminable y agotadora retahíla de batallas, avances y retrocesos, y decenas de miles de muertos, que se hubiera extendido durante décadas.

Sin embargo, en esos momentos China se vio envuelta en una serie de revueltas y problemas internos, que probablemente cambiaron el destino del mundo con mayor fuerza que la propia Batalla del Río Talas.

Nos referimos a la rebelión de An Lushan, en la que un general insatisfecho se autoproclamó Emperador y fundó la efímera dinastía Yan. Después de esto el territorio chino quedó fracturado, hecho que derivó en una guerra civil.

En esas circunstancias, las tropas destinadas a Asia Central tuvieron que abandonar la zona, y se puso fin a la presencia China en sus protectorados occidentales.

Por otro lado los árabes aceptaron el resultado de la batalla del Río Talas y no quisieron llegar más lejos, se conformaron con el terreno ganado y renunciaron a cualquier intento de conquistar China. El segundo califa Abu Jafar al-Mansur (A-p’uch’a-fo), dio un inesperado giro a la política expansionista que hasta entonces había llevado su hermano, y firmó un pacto de amistad con el poderoso imperio del este. De atacar al emperador chino, pasó a ayudarle militarmente durante la rebelión de An Lushan. Y después de estos hechos su posición dominante en Asia Central ya no era discutida por nadie.

 Es más, las puertas de China se abrían al Islam y  se permitió a personas de esta religión asentarse en el país de forma permanente, lo que ayudó a fundar las comunidades musulmanas más antiguas del extremo oriente. Algunos de ellos se casaron con personas locales y sus descendientes se convirtieron en musulmanes nativos, hasta que unos años después el imperio adoptó una política más restrictiva al respecto, y se dieron episodios de persecuciones y matanzas de seguidores del Islam desde el 760.

De esta manera, la batalla del Río Talas, unida a la rebelión de An Lushan, tuvieron las más notables consecuencias. La primera, fue el declive del budismo en Asia Central, y la progresiva conversión de los pueblos de la zona al Islam. Y aunque con posterioridad surgieron poderosos reinos esteparios budistas, como los Kara Kitay, a la larga, los pueblos de la zona terminaron profesando el Islam, hasta el día de hoy.

Por si esto fuera poco, se derivaron consecuencias económicas, ya que de aquella lucha dependió el control de la Ruta de la Seda, una de las principales arterias de intercambio del mundo antiguo, con que lo que ambos imperios se estaban disputando la supremacía sobre el comercio mundial.

En las décadas posteriores los musulmanes controlaron el comercio mundial, su moneda, el dírham, se convirtió en el tipo de cambio aceptado internacionalmente, y caravanas y dhows árabes recorrían mares y estepas a su antojo. Se podría decir, sin demasiado riesgo, que el comercio mundial asiático se reactivó con fuerza en este periodo, y estuvo liderado por los musulmanes.

 


 

 

También existe una leyenda, de tintes claramente románticos, según la cual dos prisioneros chinos capturados en esta misma batalla, enseñaron a los musulmanes la técnica para fabricar el papel.

Se nos dice que hasta ese momento esta tecnología era un secreto de estado para los chinos, y solo algunos lugares y monjes budistas conocían la técnica, convirtiéndolo en un producto de lujo.

Lo cierto es que el papel de alta calidad ya se conocía y fabricaba en Asia central desde hacía siglos. Y la conquista de estos territorios facilitó la expansión de este conocimiento por vez primera a lo que sería el mundo islámico, de manera que para el año 794, la manufactura de papel ya se podía encontrar en Bagdad. La tecnología del papel pasaría más tarde a la totalidad del imperio árabe, y desde allí al Occidente europeo.

Y con ello cerramos este episodio de la Batalla del Río Talas.

Lamentablemente, este acontecimiento rara vez aparece mencionado en los libros de texto escolares. Y no es nuestra intención establecer comparaciones con otras confrontaciones de aquella época, como la tan cacareada batalla de Poitiers librada en el año 732 d.C. Que como sabemos fue ganada por Carlos Martel, abuelo de Carlomagno y rey de los francos. Y que detuvo momentáneamente el avance musulmán en Europa.

Pero este hecho siquiera supuso la desaparición real de los musulmanes del sur de Francia -hecho que no se produjo hasta algunas décadas después-, y no pudo impedir las incursiones sarracenas que se sucedieron tras el desmembramiento del Imperio de Carlomagno. ¿Realmente fue tan reseñable? O es que vuelve a picarnos el ombligo, a seducirnos nuestro propio ónfalo.

 

Para más información el vídeo:

 


 


 

 

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